
Tal vez, o no. El mundo ha cambiado de tal manera que ha pintado sobre concreto una línea importante sobre el nombramiento y reconocimiento de las violencias y de los violentadores en lugar de ser una línea sobre arena que se movía a conveniencia de quienes ejercían las violencias, y no de las víctimas, Sin embargo, el hecho de que estas personas puedan cambiar, reflexionar o cuestionar no debe ser una excusa o uns justificante para no otorgar y procurar justicia a quienes han sido víctimas de sus abusos y violencias.
En realidad este escrito no habla sobre ellos, los violentadores, sino sobre la procuración de justicia y el cómo las víctimas normalmente no son consideradas en este sistema. Justicia no es “atrapar a un ladrón y darle cárcel”, es un término mucho más complejo y necesario que revise el por qué de los atropellos e insistencia en la ilegalidad; que busque la reinserción, las oportunidades y la sanación para el entorno pero sobre todo para las víctimas.
Y quiero platicarles de esto porque hace poco me encontré con la publicación de una persona que sistemáticamente ha violentado verbal y psicológicamente a muchas personas que conozco. Leyendo su artículo me sorprendí estando de acuerdo con la mayoría de sus argumentos y por un momento pensé: «Tal vez ya cambió. Tal vez ese hombre que maltrató a sus relaciones sexoafectivas, acusado de violencia y abuso laboral, ya cambió. Quizá reconoció su privilegio y ahora lo usa para mejorar el mundo y su entorno.» y asentí con la cabeza satisfecha pensando que el mundo era un poquito más justo.
Sin embargo después me crucé con otras personas comentando el mismo texto desde visiones polarizadas; la primera persona llamaba «aliado feministo, falso e injusto» al autor, mientras que la segunda insistía en que “las segundas oportunidades son importantes, la gente cambia y es injusto dejarles el estigma encima para toda la vida”.. Es importante reconocer que la primera persona fue víctima de los abusos del autor, mientras que la segunda fue su amiga.
Por un momento reflexioné sobre lo injusto que era hacia la primera persona defender y proteger los intereses de su violentador; mientras él había seguido tranquilamente con su vida, ella había tenido que ejercer un gasto importante para recuperarse de sus abusos y recobrar su paz y salud mental, se le había excluido de ciertos espacios y por mucho tiempo le fue complicado encontrar un trabajo por la posición que tenía su violentador en los círculos en los que ella buscaba. No me di cuenta al inicio que alabar la “recuperación” y “cambio” de este personaje había sido invisibilizar la lucha, gastos y secuelas de todas sus víctimas. Al final por los actos de este violentador él recibió un castigo irrisorio, una mínima exclusión de los círculos de seguridad que antes tenía, mientras que todas sus víctimas en los diferentes niveles y tipos de violencia que había ejercido tuvieron castigos sociales, económicos y profesionales mucho más profundos.
Me hizo cuestionarme también lo que entendemos por justicia y cómo de una manera equivocada la justicia se centra en las acciones que son necesarias contra quien ejerce la violencia, ya sea desde una visión de condena y reinserción exitosa a la sociedad o desde la visión punitiva de “le quiero ver sufrir”, y no necesariamente en aquellas personas a las que las instituciones deben justicia, seguridad y también un proceso de sanación y reinserción a la sociedad de una forma u otra.
Muchas veces las instituciones prefieren centrarse en el primer tipo de personas porque es una solución más sencilla (a pesar de que en nuestro país existe un índice del 98% de impunidad) porque reconocer que hubo agravios es reconocer la obvia incapacidad de las instituciones públicas, privadas y colectivas de procurar justicia.