
De forma indefectible cada persona tiene necesidades y rutinas diferentes cuando se trata de la manera en que accedemos a la ciudad.Sin embargo, si la ciudad se construye en razón a las necesidades de los hombres, quedan desatendidas las necesidades e intereses de miles de mujeres y niñas que la habitan. Por eso, la teoría feminista y los estudios de género se han encargado de difundir y aportar una nueva interpretación del mundo y la sociedad a través de situar a las mujeres como centro de estudio para evidenciar y criticar como desde el poder se legitima la exclusión femenina. Al mismo tiempo redefinir los conceptos de ciudadanía, participación, dinámica urbana y derecho a la ciudad, con el propósito de generar un acceso equitativo a los espacios públicos y privados que históricamente han sido arrebatados.
Hoy en día la ciudad es concebida —hipotéticamente— como un espacio capaz de garantizar el ejercicio pleno y libre de la ciudadanía femenina materializada en diversas formas de usufructo equitativo, de acceso a bienes y servicios ofrecidos, en la construcción colectiva y participativa de los asuntos de ciudad y el goce efectivo de los derechos de las mujeres en los contextos urbanos; sin embargo ¿esto es real? Muy probablemente la respuesta es: no.
María Ángeles Durán tenía mucha razón cuando decía que las ciudades son al mismo tiempo compartidas y excluyentes; debido a que no es un territorio neutral, en ellas confluyen todas las problemáticas sociales. La violencia, por ejemplo, es un problema que afecta directamente a la mujeres debido a que ha escalado el ámbito privado a uno que vivimos diariamente en los espacios públicos y que afecta en la manera en la que las mujeres percibimos y vivimos la ciudad, desde la libertad de movernos de un lugar otro, el cómo convivimos en las calles, etcétera. Ana María Falú señala que el derecho de las mujeres a la ciudad va de la mano con el derecho de las mujeres a disfrutar de ciudades seguras.
Lo mismo pasa cuando hablamos de movilidad, es una realidad que el diseño de los sistemas de transporte no son neutrales respecto al género. Por experiencia sabemos que la forma en cómo se diseñan y operan estos servicios influye de manera muy distinta a mujeres y hombres porque los patrones de movilidad dependen de las características de los viajes que cada usuario realiza para cumplir con sus actividades, tales como tipo de modo de transporte utilizado, tiempo empleado, encadenamiento de viajes y costo. Por lo tanto, es indispensable que se incorpore un enfoque de género que permita saldar las brechas de equidad existentes.
En este sentido, es urgente trabajar en acciones que nos acerquen a una mejor ciudad. Apostar a la creación de políticas públicas de seguridad y movilidad urbana con perspectiva de género consolidará paulatinamente espacios públicos, calles y transporte público seguros, es decir, ciudades para mujeres que encaminen nuestros entornos urbanos hacia una vida más justa. Finalmente quiero mencionar que centrar la reflexión en el quehacer político y en la labor hecha por la sociedad civil permite que se comprendan las complejidades de la ciudad como respuesta a interrogantes sobre cómo en la ciudad se perpetuán y transforman relaciones de poder entre hombres y mujeres.