
Cleotilde tuvo los pulmones más valientes de Covid-19, con ellos gritó siempre fortaleza y amor, pero sobre todo dio aliento a propios y ajenos. Su vida se apagó el 31 de diciembre del 2020, como si quisiera hacer saber a los suyos que este nuevo año ya no tendrían de otra que arreglárselas solos.
Con 60 años de edad, Cleotilde, mujer mazateca originaria de Santa María Chilchotla, Oaxaca, pero habitante desde hace décadas de Chimalhuacán, Estado de México, tuvo más de 50 ahijados y ahijadas. No importa si era para un bautizo, unos quince años o una boda, sus amigos, familiares y, hasta vecinos, siempre recurrían a ella cuando se trataba de tener una “madre por elección”.
Cleotilde, madre de todos, roble de su familia, laboró desde muy joven y hasta una semana antes de enfermar, como trabajadora del hogar. A diario salía de su domicilio y abordaba el metro en horas pico para ir y venir a las casas donde realizaba labores de limpieza y aseo, ubicadas en zonas acomodadas Ciudad de México.
Con la pandemia, el flujo de trabajo para ella disminuyó, quienes solicitaban sus servicios decidieron ya no hacerlo, y sus jornadas pasaron a ser solo dos por semana. Los ingresos mermaron y salir los días que había trabajo no era una opción.
En casa, Cleotilde los sostenía de algún modo a todos: sus dos hijos, su nuera, su esposo, sus tres nietas y sus dos nietos.
Ocupada en el cuidado de su marido, postrado en cama debido a diversos padecimientos, y en la crianza específica de dos de sus nietos, a Cleotilde no le dejaron tiempo para ella. El enemigo Covid le llegó al cuerpo cansado, que además había sido diagnosticado años atrás con enfermedad pulmonar obstructiva crónica (Epoc) y, de forma reciente, con principios de osteoporosis, padecimientos que nunca trató formalmente.
Por el Covid, Cleotilde enfermó, recibió tratamiento, pero empeoró. Perdió el apetito y la sonrisa con la que siempre acogió y protegió a todas y todos. En casa enfermaron los demás y aunque intentaron darle cuidados, algo falló. El 24 de diciembre su saturación de oxígeno llegó a 40 y antes de perder por completo la capacidad de respirar, fue internada en un hospital del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS); pudo ingresar gracias a que su hijo tiene Seguro Social, pues como trabajadora del hogar nunca le garantizaron ese derecho.
Ese fue el ultimo lecho de Cleotilde, la zona Covid de un hospital donde enfrentó sola a la muerte, ahí no pudieron estar todos a los siempre cuidó: sus hijos y esposo, sus nietos, sobrinos, hermanas y amigos. La reciprocidad nunca llegó, ni antes ni en los últimos días de su vida.
Hoy, la muerte de Cleotilde no es sólo el luto de los suyos, es también dolor y la legitima rabia de una pregunta que no se ha puesto sobre la mesa ¿Qué ocurre cuando las mujeres en las que se ha delegado toda la carga del cuidado necesitan ser cuidadas?
De acuerdo con datos oficiales, en México han muerto por lo menos 54 mil mujeres por Covid-19 y, lejos de los números que alarman y que evidencian de un problema de salud no controlado, están sus historias, sus vidas que se apagaron en lo individual.
Hay muchas preguntas en torno ¿Cuántas de ellas murieron solas? ¿Cuántas de ellas no pudieron recibir los cuidados que de mañana a noche brindaron a los suyos? ¿Cuántas eran madres, abuelas, hijas, nietas, amigas, amantes, hermanas, maestras, mujeres en lucha y resistencia?
Es importante reflexionar y abolir esta idea: en las mujeres se ha delegado históricamente las labores de cuidado, el patriarcado nos ha arrancado el derecho a cuidar de nosotras mismas antes que de los demás, porque eso es lo que hacen las “buenas mujeres”.
Cleotilde siempre estuvo para los demás, para llevarlos al médico y consolarlos, para preparar sus alimentos o limpiar sus hogares, lo mismo por amor, que para ganar el sustento de cada día, pero ni siquiera quienes la emplearon y estaban obligados, cumplieron con brindarle seguridad social.
De acuerdo con datos de la secretaría del trabajo, en México hay 2.4 millones de personas trabajadoras del hogar, de las cuales nueve de cada 10 son mujeres. Pero eso no es todo, no sólo son las mujeres las “elegidas ideales” para realizar las labores del hogar, el 95% no tiene acceso a servicios de salud; 80% no tiene prestaciones laborales, mientras que 46% no tienen aguinaldo u horario fijo.
¿Quien cuida a las mujeres que todos los días nos salvan?, es una pregunta silenciosa en una época de muerte y donde la pandemia no es sólo el Covid, sino la violencia contra las mujeres que no se erradica con sana distancia ni con vacunas, mucho menos con silencio y el “deber ser”.