Claudia Ramírez Ramos*
Hace un par de días estuve en una reunión por zoom con una amiga y un amigo de ella; cabe mencionar que con su amigo yo ya he tenido peleas y encuentros muy desagradables porque tenemos ideas muy contrarias; mi amiga por su parte tiene la obligación de ser mediadora y el cariño y el respeto que cada una de las partes le tiene a ella es lo único que evita que terminemos en otra pelea.
Y a estas alturas ustedes dirán «evítense» «¿para qué tienen reuniones?» bueno, pues si son parte de alguna organización de la sociedad civil, colectivo o cualquier cosa que tenga que ver con organización de las personas; sabrán que muchas veces nos encontramos a las mismas personas con una o más cachuchas para diferentes acciones o actividades; por eso éste hombre y yo al final nos encontramos siempre de alguna manera; es importante aclarar que éste hombre es de sociedad civil, sí, pero él y yo somos la muestra viva de la amplia gama de defensas, luchas y atenciones que puede tener lo que normalmente se encierra con un «sociedad civil».
Lo anterior lo quería expresar para ponerles en contexto y porque es clave tal vez para entender un poco de dónde nació la frase que le da título a este texto y es que, enfrascados en una de las muchas discusiones sin sentido por una cosa o la otra yo estaba defendiendo la importancia de generar estrategias técnicas de incidencia y reconocer la importancia de dar condiciones dignas para las justas demandas sociales e institucionales; a lo que él respondió girando los ojos y en un tono «paternalista y condescendiente» que – Ush, ustedes las institucionalistas, siempre quieren verle por ahí, que flojera; sean realistas, las cosas no funcionan así, si los políticos como hablaran hicieran política otra cosa sería- y, aunque la discusión siguió por otro lado, esa frase fue la que al momento me ha molestado más durante algunos días.
Semanas antes justo había tenido una plática con un grupo de mujeres brillantes, a quienes, la declaración del presidente sobre la «obligación de las hijas de hacerse cargo de los padres» nos indignó e incendió las pláticas, y justo ahí fue cuando reconocimos que el peligro no sólo eran sus palabras o la perpetuación de un discurso machista; sino que justo el problema es que como hablan hacen política, el discurso de reconocer a las mujeres como cuidadoras obligatorias de sus padres, hace que las políticas públicas y los programas gubernamentales apoyen y refuercen la repetición del un ciclo con programas públicos que perciben a las «mujeres cuidadoras», o becas y apoyos para «hijas que cuidan» siempre en femenino, en lugar de crear políticas públicas para la vejez digna y condicione a las instituciones para asegurarles formas de cuidado en salud, recreación y estabilidad económica desde una perspectiva de derechos humanos, sin que tengan la necesidad de depender en ninguno de estos aspectos en “familiares” o “cuidadoras”.
Los discursos que defienden la institución de la familia, los valores tradicionales y estereotípicos y que buscan que estos se incorporen a la planeación e implementación de las políticas públicas en realidad estan defendiendo la falla de las instituciones y la incapacidad de estas para actuar y cumplir con las obligaciones para las que fueron diseñadas, entre ellas el garantizar el libre desarrollo y derechos como individuos e individuas para todas las personas.
Tras esto, con un ejemplo tan simple y a pesar de que estamos acostumbradas a escuchar que no podemos creer en las palabras de quienes se dedican a la política; en realidad sí podemos analizar que sus discursos nos dicen muchísimo más de lo que a simple vista pudiera parecer y que me es fundamental recalcar que, efectivamente, el cómo hablan los y las políticas es cómo ejercen su trabajo y toman sus decisiones; por ejemplo si su discurso y palabras son generales, promesas muy amplias y no aterriza en las particularidades se visibiliza que es incapaz de formular soluciones concretas para resolver las problemáticas que nos aquejan como sociedad y que, al menos a mi, me harían dudar bastante de sus habilidades técnicas de la persona y el equipo que le rodea para ocupar ciertos cargos que requieren respuestas rápidas, urgentes, precisas y efectivas.
De igual manera si un personaje público es incapaz de pronunciar las soluciones desde una perspectiva de derechos humanos y reconociendo las necesidades transversales que implica la toma de decisiones, nos habla de la falta de empatía y visión de justicia social que se ejerce en el servicio público y que, las políticas públicas muchas veces estan diseñadas desde una visión bastante corta, coyuntural, contextual e inclusive desde experiencias personales y moralidad individual de quienes toman las decisiones o las ejercen.
Otro ejemplo podría ser la reciente publicación de la Encuesta Nacional en México sobre el Uso del Tiempo (ENUT, 2019) en la que se declara que a nivel nacional las mujeres trabajan en promedio 6.2 horas más que los hombres, esto significa que tenemos una doble jornada laboral y, más concretamente, una de ellas no tiene remuneración económica al referirse principalmente a la realización de labores y tareas del hogar, donde esta comprobado existe una mayor participación activa de las mujeres en este campo. Las mujeres no sólo ganamos menos por ejercer los mismos trabajos de producción que los hombres sino que también dedicamos por lo menos 24 horas más a la semana al trabajo doméstico en comparación de los hombres. ¿Y esto qué? Justo se relaciona con lo que hemos mencionado anteriormente, las instituciones le han fallado a las mujeres en generarnos condiciones de igualdad de oportunidades y desarrollo en las diferentes esferas de nuestra vida, derivado de la incapacidad de generar programas y políticas públicas que minimicen las consecuencias de estereotipos e imposición de roles de género, y muchas veces, hay programas que las profundizan y perpetúan este tipo de situaciones y que nos invitan a discutir y reformularnos en cómo se diseñan las políticas públicas y quiénes son las verdaderas personas beneficiarias de cada uno de los programas que el gobierno implementa.
Es por ello que, teniendo a 2021 tan presente en éste último tramo del año, debemos de ver la importancia de reconocer, visibilizar e impulsar en el trabajo técnico, político y social a personas que representen no sólo a grupos de interés y que impulsan la diversidad, sino también aquellas personas que tengan la capacidad de hacer política como hablan y que a través de su discurso y sus palabras podamos, como ciudadanía y principales beneficiarias de las políticas públicas, que los programas, proyectos, diagnósticos y evaluaciones impulsadas por el gobierno esten libres de estereotipos y moralidades, y obedezcan a la progresividad de los derechos humanos.
Merecemos representantes feministas, merecemos mujeres que hablen en las esferas de decisión y de poder por las voces de todas nosotras, merecemos personas que reconozcan el privilegio en el que se encuentran al poder participar en la vida pública, pero al mismo tiempo y desde la empatía (y no desde la apropiación) impulsen a otras personas, a otros sectores y así, podamos avanzar a una verdadera democracia.
*Claudia Ramírez Ramos es Maestrante en Políticas Públicas Comparadas.