Desperté de un sobresalto a las 4:45 am y de inmediato comencé a pensar en lo que me había interrumpido el sueño; si fue el sonido brusco que explotó al final de la calle, el gato que maúlla con la aflicción cotidiana o ese pequeño dolor habitual, perenne y silencioso en lo profundo de mi pecho. Inicié mi día con las labores, la pesadez en mis hombros es atroz pero mis pies resisten con la misma fuerza y avanzan con velocidad y extraña ligereza, como si hubieran tenido una buena noche de descanso estos días. “No olvides calentar el café”, “un poquito de azúcar, debo traer más”, “limpiaré esto antes de salir”; “ya voy tarde”.
En los atisbos de mi memoria y en la periferia de las ideas titilantes que como luz de invierno se alargan al amanecer noto que algo falta, sé que hay en mí un pellizquito de belleza que sé que debo rescatar, le pienso con amargura, con una sensación complicada de derrota y melancolía. Me enjugo los pensamientos y continúo con mis labores, con lo que importa.
Lo que importa. Lo que importa.
Mordisqueo un lapicero, noto que la luz que atraviesa la raída cortina es color mandarina seca, –ya son las seis, ¿viste la hora?, se hace tan tarde, todo tan rápido. Dobla tu ropa, lee las noticias, no olvides responder los mensajes de hace dos días. Se hace tarde. Anda a las compras, trabaja un poco más, debes cocinar antes de que todo expire en el refrigerador. “Soy tan diligente, tan responsable con las tareas”, pienso para mí como si fuera un premio de consolación. Vuelvo a sentir la melancolía de lo que me punza, como si hubiera en esa penumbra una niña enflaquecida que me mira con los ojos anegados. Lo percibo otra vez, eso que me acaricia en el sosiego oculto de las emociones que mutan a imaginaciones y a designios, en todo aquello que sucedió y lo convertí en un manojo de letritas y palabras entrelazadas en la penumbra de lo que no llegó a plasmarse; de lo que danza en un siseo a través de la memoria, de los parpadeos, —”sí te estoy poniendo atención”, respondo y le sonrío a mi acompañante, las comisuras me cosquillean al sentirse taciturnas y ajenas al movimiento, desvío la mirada y percibo el fantasma de lo que acaba de dibujarse al interior de mi frente, tan rápido que mis labios no alcanzan a decirlo todo pero tan lento para que en mi corazón se inscriba. Y trato de recordarlo, porque esta vez sí lo diré. Pero será más tarde. Es que se hace tarde.
Y entonces me vuelve a mirar desde la esquina de la memoria, esa memoria de la que hablaba Borges mientras meditaba y que me grita a mí en la oscuridad, en el alba, a todas horas; esa memoria que se ha perdido en el ruido de los años, donde la palabra dejó de ser índice; porque en otros arrojaron los dioses la inexorable luz de la gloria, pero aquí no es así. En este territorio yermo ha dejado de ser primavera. Se hace tarde.
La noche vuelve como si nunca se hubiera ido, como si todo este lugar le perteneciera. Otra vez siento el pellizquito que me visitó en el alba, esa dolorosa caricia que se resiste a dormir aunque el reloj muestre en la luz del móvil que es la una con veinte.
Y es que todo lo que no he dicho me acorrala desde el costado que resisto, ese costado que por supuesto es mío y a veces, a veces más que menos puedo sentir como si fuera de alguien más. Me dice y susurra y maldice y me grita, me consuela y me duele y me anhela y me ve. Porque todo lo que no he dicho y está esperando a que lo escriba, todo eso que me ha perseguido ahora me contempla esperando, anhelando que pueda traducirlo y viaje finalmente de mis alborotados cabellos al teclado que tengo enfrente.
Escribe, mujer, escribe. ¿Quién soy? Soy la que con diligencia lleva a cabo la orden del día pero la que guarda en el diario interno todas las palabras que no se han dicho, todo lo que no ha germinado en papel.
Escribe mujer, escribe. Tú eres tu habitación propia, tú eres esa vehemencia esperando plasmarse; enunciar la supervivencia y convertir los fantasmas en más de lo que fue demasiado tarde. Escribe explosiva, auténtica y apasionada. Porque hay tantas y tantas mujeres a las que les fue negada la palabra, la instrucción, la sangre y la vida; escribe porque tus ancestras son esas partículas en la luz de tu memoria que te hablan y esperan por fin ser escuchadas. Porque juntas somos un símbolo. Porque verás que al final lo que sientes, lo que deseas decir ha sido el dolor y consuelo de tus hermanas, porque mujeres te leerán y creerán haber encontrado un cristal dónde mirarse, dónde posar la mano, dónde abrazarse.
Escribe mujer, escribe.
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