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El pretty privilege como resultado de una sociedad clasista y racista

15 marzo, 2024
Abril Vega

Tengo un aproximado de diez artículos sin terminar, sin embargo, algo me está descolocando un poco, es por lo que he decidido comenzar con este escrito y enfrascarme totalmente en él hasta sentirlo concluido, quiero pensar que esto es sumamente normal para las personas que tenemos algún déficit de atención.

En fin, hace unos días en una conversación me cuestioné la forma en la que replico situaciones estructurales de las cuales soy consciente que siguen siendo dañinas e incluso violentas.

Después de terminar con mi última relación sentimental, me restringí involucrarme intelectual y emocionalmente con nadie, sin embargo, comencé a tener diversos vínculos no profundos con personas que contaba con el pretty privilege, algunas lo asumían abiertamente, otras no tanto, pero me gustaría comenzar a definir un poco más sobre esto.

El pretty privilege es una forma de conceptualizar como una persona obtiene facilidades en la vida por el hecho de tener menos opresiones, esto, con base en nuestra sociedad, representa a las personas particularmente blancas hegemónicas, con ciertas características físicas y familiares que, bajo un concepto meramente eurocentrista, haría que se consideraran atractivas.

A lo largo de estos meses comencé a percatarme que realmente la vida era más fácil para ellas por su color de piel, por la forma de su cuerpo, sus ojos, su cabello, su forma de hablar e incluso caminar, al principio me resultaba absurdo, sin embargo, me di cuenta de que mi forma de vincularme con ellas era incluso producto de todos esos rasgos.

Para ser muy honesta, nunca mantuve conversaciones profundas con ellas para sentirme atraída, no tuve que preguntar ni siquiera su opinión sobre un tema cultural, político, histórico o social, no tuve que saber si apoyaban la no penalización del aborto o qué pensaban sobre los conflictos armados. Lo más duro llegó cuando una de ellas comentó algo que me hizo darme cuenta en el privilegio que vivía, el privilegio que siempre tendría y que gozaba, se rebosaba en él.

Una tarde, estábamos hablando y le comenté sobre las posibles postulaciones para la presidencia, me dijo que no tenía idea de quiénes eran esos personajes, que solo conocía tres partidos políticos, le pregunté más sobre el tema y me dijo desconocer que cierto partido era conservador e incluso provida; pensé que era una broma, ojalá lo hubiera sido. Entonces me comentó que nunca nadie le había preguntado sobre política o cultura jamás. Ella nunca se había preocupado por agradarle a la gente, porque solo con sonreír la gente sentía agrado por ella, nunca había tenido que preocuparse por las entrevistas del trabajo, tampoco le preocupaba su futuro económico porque solo tenía que ser amable con las personas para que pagaran todo por ella o quisiera genuinamente regalarle cosas.

Ella sabía que era fácil gustarle a la gente, solo tenía que vestirse de cierta forma, sonreír y listo, tenía todo lo que quería de una forma tan fácil que parecía absurdo. Tenía años que ella no pagaba la cuenta en un bar o discoteca, una comida o una salida al cine, incluso si quería algo solo tenía que insinuarlo para que ciertas personas se lo compraran sin siquiera pedirlo directamente.

En ese momento me di cuenta de que ni siquiera era su culpa tener ese privilegio, que era cierto que ella se regodeaba en él, abusaba de él sin siquiera reconocer que era un privilegio y esa sí era su culpa. Pero para ser honestas, la culpa principalmente es de las personas que permitimos que ese sea un privilegio, de la estructura que nos negamos a romper, de alabar los estereotipos de belleza y recalcar esos aspectos por encima de la bondad, la empatía, la honestidad o cualquier cualidad que vaya por encima de lo físico.

Nos hemos mantenido dándole un valor superior a lo físico que, a lo emocional o intelectual, no solo hablo de los vínculos sexoafectivos que creamos sino de la forma en la que ponderamos la “belleza estereotípica” por encima de todo lo demás.

Basta con dar un vistazo a nuestros congresos, locales y federales, a nuestros representantes públicos, no es una sorpresa que la mayoría de nuestros representantes de elección popular sean personas con pretty privilege, tampoco es una casualidad que tuvimos como presidente a Peña Nieto y que Samuel García esté compitiendo para la próxima presidencia.

¿Se han preguntado por qué la mayoría de los grandes influencers y actores mexicanos sean estereotípicamente blancos?, por ejemplo, Jessica Fernández, Yuya, Mariana Rodríguez, Juan Pablo Zurita o Luisito Comunica. Eso tampoco es casualidad.

Esto ha avanzado tanto que los mensajes sociales y políticos que recibimos, muchos de ellos provienen de personas que tienen un fácil acceso a las miradas y micrófonos, es por lo que los discursos muchas veces están narrados desde el privilegio, eso resulta riesgoso porque hace que implícitamente sostengamos estos sesgos.

Nos hemos permitido mantener una sociedad donde ser “bonita” sea lo más valioso en una persona, donde nos influenciamos por cómo camina, habla o se viste alguien; donde nos ha importado poco si las personas tienen algo interesante que decir o solo se nos hacen sumamente atractivas; donde cuestionamos más a las personas que no nos agradan tanto físicamente. Y lo peor, muchas veces quienes replicamos estas conductas somos las mismas personas que queremos lograr la igualdad social. Lo sé, incongruente y absurdo.

En lo que a mí concierne, me rehúso a replicar estos estereotipos, incluso permitir que eso sea lo que dirija la forma en la que me relaciono con las personas. En lo referente a mi círculo y mi vida, no permitiré que ser “bella estereotípicamente” se convierta en un privilegio.

En pocas palabras, ser bonita, bonito o bonite nunca debería ser un privilegio.

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