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El tema de la gentrificación no es nuevo y es una realidad que se vive a nivel global. Desde Berlín, Alemania hasta Buenos Aires en Argentina, las personas con mayor poder adquisitivo se han alejado de su lugar de origen para asentarse en ciudades más “baratas”, que les permitan habitar y consumir a menores precios en detrimento de las personas más pobres, que resultan expulsadas de estas zonas por el encarecimiento de las rentas e hipotecas como consecuencia de esta invasión de lxs ricxs.
La Ciudad de México (y en especial, la alcaldía Cuauhtémoc) ha sufrido este problema también desde hace ya varios años, situación que se vio intensificada desde la pandemia con la llegada de los llamados “nómadas digitales” a la capital del país y después de un acuerdo multimillonario entre Airbnb y el gobierno capitalino en 2022 que abrió las puertas, sobre todo, a personas de Estados Unidos y Canadá.
A pesar de la aprobación de la “Ley Airbnb” en octubre del año pasado, que limita a 180 días el tiempo en el que se puede ofertar una propiedad en la plataforma, no podemos negar la realidad: las personas extranjeras están acaparando las viviendas de la ciudad y nos están obligando a vivir en la periferia, en ciudades “dormitorio” en donde no hay servicios de calidad. La respuesta gubernamental se está quedando corta.
Sin embargo, este solo es el síntoma de un problema más grande: las grandes inmobiliarias solo están construyendo para lxs ricxs; ahora, la vivienda es una inversión, más que un derecho humano. A causa de la especulación inmobiliaria, un alquiler promedio en la alcaldía Cuauhtémoc – reconocida por tener un alto Índice de Desarrollo Humano y caracterizada por tener servicios de salud, de educación y de entretenimiento de calidad – ronda los 23 mil pesos mensuales. Lo que es más alarmante, es que el salario a nivel Ciudad de México es de 6 mil pesos al mes aproximadamente.
Es decir, un mes de renta en la Cuauhtémoc, cuesta lo equivalente a casi 4 salarios mensuales promedio en la capital. La gran mayoría de la población no podría acceder a estas rentas ni aunque ahorrara todo su dinero cada mes, sin comprarse ni siquiera un chicle con su sueldo. Sí, las personas extranjeras están encareciendo los alquileres, pero quienes se están enriqueciendo son las inmobiliarias que están llevando al mercado a una enorme burbuja que tendrá que reventarse en algún momento.
Esta especulación también da como resultado un problema de género: las mujeres y, en especial, las mujeres pobres, son las grandes perdedoras en este sistema de dominación monetaria. De acuerdo con el INEGI, 1 de cada 3 hogares en el país tienen a una mujer como jefa de familia, es decir, 11.5 millones de hogares dependen de una mujer. Si además, se considera que solo el 45% de las mujeres trabajan y que existe una brecha salarial de género del 34.2% en México – lo que implica que, por el mismo trabajo en el mismo sitio laboral y en las mismas condiciones, los hombres ganan 34.2% más que las mujeres – el panorama no es muy alentador para nosotras ante un escenario en donde las rentas explotan año con año.
Si somos jefas de familia y ganamos menos frente a nuestros pares hombres, claramente nos veremos aún más forzadas a vivir en zonas marginadas en donde las rentas son “baratas”, pero tendremos que recorrer largas distancias para llegar a nuestros centros de trabajo ubicados en el corazón de la Ciudad de México. Por esto, cualquier política que se quiera implementar para resolver el déficit de vivienda y la gentrificación en la ciudad, debe considerar la perspectiva de género como pilar fundamental.
El gobierno tiene la oportunidad única de regular la gentrificación en la Ciudad de México. Existen muchas propuestas; créditos de vivienda para las personas jóvenes – en especial, mujeres –, el regreso de las rentas congeladas y, sobre todo, una mejor planeación urbana que no nos obligue a transitar toda la ciudad. Las y los desplazados también tenemos derecho a vivir de manera digna, a caminar o ir en bici a nuestros trabajos, a visitar museos, a recorrer las calles en paz. Ojalá se aproveche este momento para repensar las ciudades y su forma de habitarlas.
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