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«La migración no es un crimen, es una necesidad.»
– Papa Francisco, 2017.
Para construir una sociedad equitativa e incluyente es necesario adaptar la armonía dentro de la diversidad, esto quiere decir, aceptar a las personas y respetar su existencia sin importar su contexto social. Si bien es cierto, podemos identificar una larga lista de diferencias culturales, políticas y económicas entre sociedades, las cuales nos hacen creer que los seres humanos vivimos en mundos diferentes. Pero reflexionando más a profundidad, podremos observar que todos perseguimos el mismo objetivo: el acceso a una vida con estabilidad y bienestar. Lo anterior ha sido obstaculizado por barreras que imponen y señalan una gran lista de trabas en el acceso a oportunidades tanto profesionales como personales.
Es un hecho que el uso del término ‘migrante ilegal’ ha evidenciado la falta de sensibilización con respecto al sufrimiento de un grupo en situación de vulnerabilidad, pero ¿cómo puede ser ilegal existir? Fue gracias a los medios de comunicación tanto convencionales como políticos, que se han señalado a los inmigrantes como números, amenazas o problemas sociales, reafirmando la creencia de que no son sujetos de derecho, es como si llevaran consigo la etiqueta de criminales.
Este concepto no solo niega la dignidad de las personas, sino que también ignora su existencia y acceso a la justicia. Por esta razón podemos empezar por reconocer que nadie es ilegal por existir ni por buscar mejores oportunidades.
En 1975 la Asamblea General de la ONU se presentó como la primera institución internacional en exponer que el término de ‘ilegal’ es denigrante, este acontecimiento señaló el inicio de un cambio sumamente importante en la perspectiva sobre la migración, motivando a las organizaciones de derechos humanos a reconocerla como un derecho elemental, en lugar de percibirla como un crimen, reemplazando la palabra ‘migrante ilegal’ por los siguientes términos: ‘trabajadores migratorios no registrados o irregulares’ (Picum, 2024).
Con lo anterior, podemos apreciar que no existe ningún código ético que establezca que es inmoral cruzar fronteras, desde los inicios de la humanidad se ha evidenciado la migración como parte elemental del desarrollo humano, lo que lleva a que la ilegalidad de los individuos sea un reflejo de la situación política establecida por el país de destino. Esto indica que lo que es ilegal en una comunidad pueda ser legal en otra dependiendo del contexto de cada persona, exponiendo de esta manera la figura del inmigrante ilegal como una creación ideológica y política de los países receptores, y no como un acto delictivo per se.
Algunos migrantes disfrutan el privilegio de moverse libremente por el mundo, mientras que por el otro lado existen aquellos que enfrentan retos y restricciones severas, para muchos, es un acto de supervivencia, ya sea en busca de oportunidades económicas, seguridad o estabilidad política. Sin embargo, las barreras impuestas por los países receptores convierten este acto en una travesía llena de obstáculos. Pero ¿cuántos de nosotros estaríamos dispuestos a enfrentar los mismos desafíos para garantizar el bienestar de nuestras futuras generaciones?
Es como si todos los que migramos viviéramos en un mismo océano, pero con diferentes medios de transporte: algunos nadan, otros navegan en pequeñas embarcaciones y unos pocos disfrutan del lujo de un crucero. Pero al final de la historia, todos buscan llegar al mismo destino: un futuro mejor con oportunidades de crecimiento para ellos y sus familias.
Bauman (1998), nos advirtió que el capital y la información fluyen con mayor libertad en la actualidad, pero las personas enfrentan cada vez más restricciones. Migrar en este contexto, es un acto de resistencia que cuestiona las nociones tradicionales de ciudadanía y pertenencia. Como sociedad, tenemos que entender que la migración no es un problema que deba resolverse, sino una realidad que exige ser entendida y gestionada con empatía, justicia y una perspectiva global. Todos los seres humanos merecemos un trato digno. Reconocer la humanidad detrás de cada migrante es el primer paso hacia la construcción de sociedades más justas y solidarias.
No hay que olvidar que nadie es ilegal por existir; sus acciones pueden no alinearse con las leyes, pero su derecho a ser tratado con dignidad debe permanecer intacto. Todos somos iguales; nuestra única diferencia es el idioma que hablamos.
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