
Durante mucho tiempo la sociedad ha puesto sus ojos principalmente en la víctima de la violencia de género. A ella se le señala, se le cuenta, se le revictimiza e incluso se le intenta acotar a un perfil determinado cuando en realidad, cualquier mujer, independientemente de su edad, condición económica, social o física está expuesta a una violencia machista.
Por otro lado, de él, el culpable, el maltratador, poco se habla. Ni se describe, ni se computa a pesar de lo importante que es acotar su perfil, sus características comunes, de primera instancia para detectarle y prevenir, y en segundo lugar, para buscar la fórmula de coeducación que facilite eliminar patrones machistas incorporados desde la infancia como algo natural.
Si algo hay en común en todos los maltratadores, es una creencia total y absoluta en la coronada hegemonía masculina. Son hombres incapaces de empatizar, con inquietudes manipuladoras y lo más peligroso, suelen esconderse en un carácter adorable para el público que lentamente, en la intimidad, se va tornando en ogro hacia su pareja.
Desde niños se alimentan con esa creencia de supremacía sobre el otro sexo a través de redes sociales, publicidad, lenguaje, películas, juegos, libros, cuentos… Un mundo que se rige casi en exclusiva por patrones machistas, muy a pesar de todo el trabajo que se hace al respecto para evitarlo.
Nos preguntamos con asombro cómo son posibles los índices de violencia de género entre jóvenes que se nos muestran en todas las comunidades y da la sensación de que retrocedemos en lugar de avanzar. ¿Han cambiado las cosas tanto como creemos? ¿Cómo hablamos?, ¿nombramos más a las mujeres? ¿Hemos dejado de insultar usando a las mujeres como intermediarias ¿Son los hogares corresponsables? ¿Vestimos a niñas y niños igual desde que nacen? ¿Les compramos los mismos juguetes?, ¿esperamos lo mismo de unas y otros? ¿Dejamos que vuelvan a casa a la misma hora? ¿Juzgamos igual los comportamientos idénticos de ellas y ellos, o ellas son caprichosas y ellos cabezotas por empecinarse exactamente en lo mismo? ¿Qué programas de televisión les ofrecemos? ¿Qué libros les mostramos desde que empiezan su escolarización oficial, qué dicen de las mujeres, cómo lo dicen, cuántas aparecen? ¿Desde cuándo les empezamos a preguntar si ya tienen “novia” o “novio”? Cambian las formas en las que manifestamos los machismos omnipresentes, pero siguen estando activos.
El primer paso es siempre la educación. No es el único, y no se educa solo en la escuela, pero los grupos de iguales se convierten poco a poco, conforme una niña o un niño crecen, en los referentes más importantes, en el grupo socializador por excelencia.
Y el segundo paso, coeducarnos llegando así al corazón de cada persona para que construya sus propias gafas violetas con brillantina, visibilizando lo invisible, por que la violencia es como un virus infeccioso microscópico acelular que se replica de manera invisible, pero en realidad los efectos son totalmente visibles.
Eliminemos estereotipos o ideas preconcebidas que ejerzan violencia, y comencemos todas y todos por coeducarnos, siendo el tercer y último paso reproduciendo la NO violencia.